Wassim nació en Jalalabad, una ciudad al este de Afganistán. Creció en una familia pastún y tuvo una infancia feliz: «Siempre andaba por ahí con mis amigos, primos y hermanos; nos lo pasábamos genial». Pero el trabajo de su padre en el ejército conllevaba riesgos. Un día, de camino a casa desde la escuela —Wassim tenía diez años—, fue brutalmente golpeado por varios desconocidos: «Me dijeron: 'Dile a tu padre que deje el trabajo inmediatamente'».
La familia lo tenía claro: «Teníamos que irnos inmediatamente, sin avisar a nadie». Se mudaron a Kabul. Cinco años después, los talibanes tomaron el poder. Mientras tomaban represalias por todo el país, el padre de Wassim decidió huir lo antes posible. «No teníamos pasaportes, tuvimos que irnos ilegalmente».
La huida lo llevó a través de Pakistán hasta Irán. En medio del caos en la frontera, perdió a su familia. "Nunca quise irme sin mi familia. Pero la policía iraní empezó a disparar, todos entraron en pánico. Nos separaron y huí. Arrestaron a mi familia". Logró cruzar la frontera solo. Tenía 15 años en ese momento.
Así comenzó una huida que lo llevó por numerosos países durante más de un año, siempre en condiciones inhumanas, dependiendo de traficantes de personas, con miedo a la policía y sin contacto con su familia. En Grecia fue golpeado por la policía y deportado a Turquía; en Bulgaria vivió en bosques durante semanas; en Serbia, en un campamento superpoblado; luego, lo encerraron en la parte trasera de un camión durante cuatro días: «No estaba muerto, pero tampoco estaba realmente vivo. Era algo intermedio». Su huida finalmente concluyó en Alemania.
Las experiencias que vivió mientras huía aún lo atormentan. «Vi morir a tanta gente. Jóvenes como yo. A veces pienso que mis ojos deberían ser cámaras, para que la gente de aquí pueda ver lo que yo vi. Quizás entonces nos entenderían».
Pero aunque ahora vive a salvo en Alemania, sus experiencias y la situación en su país natal aún lo atormentan. Wassim sigue de cerca lo que sucede en Afganistán: «Veo en las redes sociales que, sobre todo, los jóvenes han perdido la esperanza. No tienen trabajo, no pueden decir lo que piensan, no pueden hacer lo que quieren. Su vida es como una prisión y se ven obligados a servir a los guardias».
La falta de perspectivas también afecta a sus amigos y familiares que aún permanecen en Afganistán. «La gente de allí está cansada de la vida. Puede que no haya una guerra abierta ahora mismo, pero eso no significa que sea seguro. No hay derechos, ni seguridad económica, ni ingresos; solo hambre, pobreza y violencia. No sé cómo sobreviviría allí».
A través de sus experiencias como fugitivo y su tiempo en Alemania, Wassim ha desarrollado una postura política clara: «Defiendo los derechos humanos; eso es lo más importante para mí. Estoy a favor de los derechos de las mujeres, de la libertad de prensa, de la sociedad civil. Quiero una vida libre para todos. Los talibanes nunca me aceptarían tal como soy: como pienso, como quiero vivir, ni siquiera como me peino. Pero no me quedaría callado. Y jamás podría cooperar, espiar a mis vecinos, traicionar a mis amigos y todo en lo que creo; pero eso es lo que exigen. Por mis opiniones, los talibanes me arrestarían; mi vida estaría en peligro. Puede que ya me hubieran matado».
Incluso en Alemania, la sensación de inseguridad sigue siendo su compañera constante. «Sigo angustiado. En la escuela, en el trabajo, en la calle... a menudo pienso que quizá venga la policía y me obligue a volver».
Wassim sueña con graduarse de la escuela, formarse como mecánico de automóviles y ayudar a los demás: «Quiero trabajar, construir algo, ayudar a los demás. Tengo amigos que, como yo, huyeron y están tan desesperados que quieren quitarse la vida. Quiero ayudarlos a encontrarle sentido a sus vidas».